Está pasando.
Tengo treinta años.
Recuerdo que mi crisis de vejez llegó como a los 27. En un afán hollywoodesco, desperté una mañana y quería mantenerme en esa edad por siempre: mi mente jamás había superado la adolescencia, y veía los 28 como un plomo, un peso muerto que solo te arrastraría en las olas del tiempo hasta hundirte en el mar de los deberes, de los adultos, donde todo ya no brilla y la vida deja de encantar y se vuelve tarea. Pensamiento pendejo y algo ahueonado, tienen toda la razón. La vida te pasa mientras estás temiendo otras cosas, y si te preocupas demasiado, te quedaste ahí. Estancado.
Lanzo estas líneas porque el primer cambio que quiero hacer -aunque sea por esta vez- es escribirles yo a ustedes. He recibido tantos regalos en mi vida -tipo afortunado, además- tanto compañerismo, energía y afecto de su parte que -de alguna forma- siento que no soy yo el que debería ser celebrado, sino al revés.
Los que me conocen bien -o tal vez sea mejor decir que en el momento justo- saben que no sólo soy naturalmente mamón, sino además emocional, sentimentaloide y con algunas vetas al cursismo que a veces se me escapan. Pero no por eso lo que les digo y agradezco es menos cierto. He vivido, en estas tres décadas, tantas aventuras como para hacerme un cómic de mi mismo -les digo, sólo estoy esperando por los poderes- y los superhéroes que me acompañaron en cada una de esas historias son mis mayores tesoros. Mi pasaje, mi colegio, el DUOC, la historieta, la Fundación. Cuánto me han dejado, cabros, chicas. Cuanto les agradezco a todos toparse en mi camino y dirigir, de alguna forma u otra, esta metamorfosis.
Cumplí treinta y me gusta el tipo que veo en el espejo. No la ha tenido tan fácil, pero si agradecida, sin ningún arrepentimiento y con una compañía espectacular. Gracias miles por envolverme esta vida en papel de regalo.
Está pasando. Tengo treinta. Triple Equis.
Feliz cumpleaños para todos.
Sebas